No es ningún secreto que me gusta viajar, tierra o aire, el simple hecho de poder conocer una nueva cultura y realidad me entusiasma. Nunca he tenido un accidente viajero, pero se me hace difícil olvidar la primera turbulencia seria que viví.
Fue a inicios del 2012 cuando viajaba a Israel con escala en Amsterdam. Ya llevábamos buen tiempo en el aire y teníamos permiso del piloto para desplazarnos por el avión. Yo quería leer un libro que traje en mi equipaje de mano, y como mis 160 centímetros no me permiten alcanzar las cosas con facilidad, me paré en mi asiento para abrir el compartimento superior.
Estando parada y hurgando en mi propia cartera, el avión se samaqueó de manera sospechosa y fuerte, luego saltó un poco, y lo siguiente fui yo tirándome al asiento y abrochándome el cinturón mientras recién el piloto nos advertía de una zona de turbulencias.
«Hemos entrado a una zona de turbulencia, por favor, abróchese el cinturón»
Esas fueron las palabras del piloto que manejaba el avión llevándome a Bogotá hace un par de semanas. Y claro, yo sentada al lado de la ventana procedí a verificar mi cinturón y rogar que no llegara a más. Tuve pequeños recuerdos de mi única previa experiencia con turbulencias cuando cruzaba el océano, pero todo pasó rápido.
Aún así, durante el vuelo creo yo que a veces no le daba tiempo al piloto de avisar, y experimentábamos pequeñas turbulencias que me hacían agradecer no haber pedido un té caliente para pasar el rato.
Cuando estás en el aire, la turbulencia te hace meditar, a los cristianos y a los que no creen en nadie, los vuelves oradores por excelencia. Y si lo miras más de cerca, lo que pasa en el aire, tiene cierta similitud con las cosas que nos pasan en la tierra.
¿No has pasado por una etapa tranquila en tu vida, y de pronto todo empieza a desordenarse sin previo aviso? Pues a mi me ha pasado, y la vida es así, llena de baches, algunos ya los tenías en cuenta, otros aparecieron improvisadamente. ¿Cuál es tu cinturón?
Las turbulencias, o tormentas como dice Murakami, son inevitables, ni el mejor piloto puede sortearlas, depende de su preparación enfrentarlas mejor, y es responsabilidad del pasajero colaborar cumpliendo con las normas de seguridad.
El cinturón no pretende evitar la tormenta, es tu cable a tierra para evitar golpes innecesarios, traumas mayores, efectos que puedan cambiar la esencia de quien tú eres. Volar es divertido, hacerlo sin protección puede ser una interesante aventura, pero al final del día, todos necesitamos algo que nos de seguridad, que nos recuerde que no estamos perdidos y que no tenemos que enfrentarlo todo solos.
Será el cinturón el que te recuerde quién eras antes, no para vivir del pasado, sino para incorporar algunas cosas de la persona que eras a la que sobrevivió, y que enfrentará lo que el futuro le depara. Aprende a abrazar tus turbulencias, y prepárate para superarte a ti misma en el proceso.