Eyvi tiene solo 22 años, 3 menos que yo, y un tipo que cree tener control sobre la mujer decidió arruinarle la vida. No sé qué me molesta más, los programas radiales con sus desatinadas secuencias, las personas que buscan justificar la acción de este hombre, los programas de noticias que abusan de lo sucedido pero no motivan al cambio, la gente hipócrita que comparte indignada la noticia y luego va y pasa por encima de una mujer, mi gobierno que dentro de poco creará alguna cortina de humo y pasará esto bajo el tapete. No lo sé realmente.
Hace unos días vi que una tal Eva Bracamonte declaraba que se iba del país «asqueada», y que bueno que se va, tampoco es que era un ejemplo de persona. Llevo 6 meses fuera del Perú, viviendo sola en un mini departamento en Tel Aviv, moviéndome casi siempre sola por todo Israel, tomando el tren, el bus, caminando, hablando con judíos, árabes y extranjeros. Perdiéndome en los callejones de Jerusalen y apareciendo en medio del desierto al sur de Israel en Beersheba, y ni una sola vez me he sentido en peligro.
Eyvi es una más de las muchas que han sufrido por culpa del machismo, del feminicidio, de hombres sin valores ni principios, de la inseguridad de un país que nosotros mismos hemos construido. Aún estoy intentando encontrar mi lugar entre ser feminista y defensora de la igualdad de género, son lo mismo pero al mismo tiempo no lo son. En el proceso te dejo un par de cosas para tomar en cuenta.
Tenemos que hablar
Pero para que una mujer hable, tenemos que crear un ambiente de confianza y seguridad. En el 2014 trabajé en una investigación sobre la violencia contra la mujer (¡Me están dando ganas de desempolvarla y continuar!) y dentro de las muchas cosas que encontré fue el miedo de la mujer a hablar por la reacción de la gente.
Si una mujer se te acerca y te dice que está pasando por problemas, que tiene alguna situación que la alarma, que algo le da miedo, ¡ESCÚCHALA! por favor, tómala en serio, déjala hablar, y pregúntale cómo puedes ayudarla. No la juzgues, no la tomes en broma, no la pasees. El ser humano necesita ser escuchado, aún más cuando se encuentra en una posición vulnerable.
Sí, las mujeres somos el género vulnerable en esta ecuación. Somos las menos escuchadas, menos representadas y más estereotipadas. Para una mujer construir su propia voz es difícil pero posible. La voz que tengo en mi blog, en casa en Lima, en mis clases en la maestría, en mi diario vivir en Tel Aviv, la he construido en parte sola y en parte gracias a aquellos que creen y luchan por la igualdad de género.
Todo comienza en casa
Podemos tirarle dedo a la publicidad, a las películas que motivan el machismo, a la publicidad barata de los medios peruanos que glorifican el abuso a la mujer, podemos decir que es algo cultural, hay muchos argumentos para «justificar» la violencia contra la mujer, pero para mi todo se reducirá a lo que la niña y el niño aprenden en casa.
Mis padres nos enseñaron a que nadie nos pisa el poncho y que no tenemos porque pisarselo a otras personas. Mi mamá le dijo a mi hermano que a una mujer no se le toca ni con el pétalo de una rosa, si a alguien vamos a acusar de agresividad aquí es a mí que siempre termino golpeándolo por alguna razón y él JAMÁS me ha tocado, y tengo la seguridad que tampoco tocó a alguna de sus enamoradas o chicas con las que se ha cruzado en la vida.
La base de la sociedad es la familia, matriarcado, patriarcado, eso ya no importa, en serio que no. Lo que necesitamos es restaurar familias, sanar las heridas y enseñar nuevamente los valores y principios que dan lugar a una familia sana y por consecuencia una sociedad estable. Un país en donde – por Disney que suene – podemos realmente caminar hacia la felicidad.
No veo la hora del volver a casa, de seguir siendo parte de esta generación que busca y trabaja activamente por el cambio. No puedo huir de mi nación haciéndome la ciega sobre lo que ocurre. Tengo el deber y la responsabilidad de estar ahí, de hablar por las que no pueden, de enseñar a los que no saben y de construir algo mejor para los que vienen.