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Este artículo no es de fútbol, por más que el título sea más pelotero que nunca. Soy hincha de mi blanquirroja pero más de una vez he renunciado a la camiseta, he esperado que cambien los jugadores y he vuelto a enamorarme de mi dream team.

Hay muchas áreas en nuestra vida que requieren que nos pongamos la camiseta y la luchemos. Una relación, un trabajo, una amistad, un proyecto personal. No todo en la vida es fácil y algunas cosas requieren un extra esfuerzo de nuestra parte, pero también hay ciertos proyectos que no merecen el sacrificio.

A veces comenzamos un nuevo trabajo que es muy exigente, tiene muchas cosas nuevas que estás aprendiendo y puede que piensas que es muy difícil para ti, pero no lo es, tienes que seguir sudándola hasta que domines la escena y no haya quien te pare.

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Cuando tienes una relación, te vuelves un equipo con tu pareja. Si él/ella lo está pasando mal por «equis» motivos, parte de amar es luchar hombro a hombro. Cuando un miembro de tu familia está pasando por un momento complicado, te toca sudarla por esa persona, porque para eso somos sangre.

Y a pesar que los resultados de esos esfuerzos puedan ser increíbles y muy beneficiosos para ti, hay doy cosas que -opino yo- son suficientes para renunciar. Miedo, y no me refiero a lo desconocido, porque ese sentimiento ante algo nuevo es bueno, algo motivador, pero sentir esto cuando ya estás en la batalla, y que aquellos que te acompañan te den miedo, es mejor dimitir.

Infelicidad, si tu objetivo por el cual sudabas la camiseta como el 10 de la selección te hace infeliz, o te arruina los momentos felices, ya no tiene mucho sentido seguir ese proyecto. Tu felicidad, y por extensión tu estabilidad mental y física, viene antes que cualquier proyecto, trabajo, relación o amistad que tengas.

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Quiero que sepas que no está mal que quieras dejar de sudar la camiseta, puede que estés cansado, aburrido, estresado, que estés perdiendo el norte mientras te organizas, y todo eso está bien, es parte del proceso; pero si sientes miedo – y no del bueno – y ya no eres feliz, entonces quizá es hora de cambiar de camiseta por una que valga la pena la lucha.